El MIEDO COMO CARACTER

Miguel Albiñana

28-07-2020

Podríamos decir que el miedo puede quedar “instalado” en la forma en que cada persona percibe el mundo. En el modo de hacer contacto con el exterior, con las personas y con el mundo en general. Pero también con uno mismo. Un miedo al hacer contacto con el exterior y otro interno al percibir la imagen de uno mismo.

En el caso del miedo interno, podemos verlo en una escena en que percibirse en el espejo asusta o nos condena. No nos distinguimos bien o juzgamos (y condenamos) lo que nos advertimos: pensemos en una desfiguración por accidente, o en la misma vejez, si es algo que rechazamos internamente o simplemente el juicio acerca del propio yo.

En el miedo externo a veces es lo desconocido, el miedo al monstruo, a la renovada agresión, al aislamiento, al contacto en sí mismo…

Cuando las situaciones se van instalando en el sí mismo, a través de la infancia y del paso del tiempo, dan lugar al carácter en la persona.

Carácter es la forma específica en que cada individuo encara su relación con el mundo y consigo mismo. La palabra proviene del griego, y de ahí pasa al latín character. En su origen significa “el que grava”. En definitiva, lo que queda gravado de forma permanente en nuestra mente y condiciona nuestra percepción y nuestra manera de hacer el contacto. Cuando una emoción, o una forma de actuar, queda impuesta, se repite casi autónomamente, con independencia de lo que suceda dentro o fuera y sin que la voluntad o la consciencia intervengan. Esto hace que pueda resultar inconsistente a veces, pues la noche no tiene por qué dar siempre miedo: pero si se ha quedado gravado como algo amenazador, se derivará ese desasosiego en un sinfín de conductas o emociones que pueden llegar al absurdo y cuyo origen, en ocasiones, es difícil de averiguar. Un origen que, casi siempre, es multifactorial.

Si aceptamos la hipótesis de que el contacto puede servir para mantener las condiciones de estabilidad básicas (auto-conservación), o para interrelacionarnos con los demás (sociabilidad) o bien para ir hacia el mundo en actitud de conseguir, de lograr (conquista, sexualidad, riesgo). Si vemos y aceptamos esa hipótesis, la existencia de esos tres niveles o instintos, podemos ver como el miedo puede actuar y permear en cada uno de ellos. Y, de esa manera, protegernos, o bien obstaculizarnos, y hasta privarnos, desviarnos, de una manera equívoca de nuestros auténticos objetivos.

Para los que gusten del conocimiento del carácter según el Eneagrama y de ahí su forma de explicar el temperamento y clasificar al humano, el miedo da lugar a tres subtipos caracterológicos:

Si se deriva más hacia la auto-conservación da un tipo más frágil, más dudoso, que sustituye el miedo por calidez y alianzas para preservarse y evitar sentir el miedo. 

Si impregna más el área social de la persona, el tipo medroso se protege mediante la búsqueda de normas que le den seguridad, de instituciones que sustituyan su propio valor y mitiguen sus limitaciones frente a los demás. De esa forma, se protege de la sensación miedosa que queda oculta.

Si el miedo emana y se inmiscuye en el instinto de ir hacia el mundo, de la conquista, se disfraza de no-miedo y busca que no se perciba ni se distinga, creando un personaje que da miedo en lugar del original que es el que tiene miedo y lo muestra (habitualmente llamado contra-fóbico).

En los tres casos, el miedo retuerce y deforma a la persona original y le hace adoptar un personaje o disfraz que le aleja del ser primario, del verdadero yo. Su instinto queda empapado de esta emoción, que en su origen era útil y que, con el tiempo, se hace inadecuado cuando no ridículo.

El miedo es una sensación principalmente emocional. Repercute casi inmediatamente en el cuerpo y da lugar a alguno de estos tres reflejos: parálisis, fuga o ataque. Las tres condicionan la respuesta futura, e influyen en el carácter o forma de ser de la persona. Las tres son igualmente positivas y negativas, dependiendo de si tienen adaptabilidad o son rígidas. Incluso en su rigidez forman parte de un mecanismo adaptativo de supervivencia. Pero, en ese mismo mecanismo, está también el problema, pues huir, o paralizarse, o atacar, no sirven para todas las ocasiones por igual. Incluso pueden ser mecanismos que nos lleven al desastre si no le ponemos consciencia.

La adaptabilidad al medio es una de las cualidades que ha hecho posible el triunfo de nuestra especie humana. Por ello el individuo y las sociedades adaptables tienen mejores posibilidades que las rígidas. Ello sin minusvalorar la rigidez como forma de resistencia.

Finalmente, recordemos que la sensación emocional y su repercusión corporal, pasan al intelecto o modo de pensamiento. El cual, a su vez, y desde el “yo”, construye un argumento para justificar, en el presente y futuro, cualquiera de las tres reacciones.

La persona se hace (y la hacen) así y se piensa después y se afirma así. Valores como la prudencia, el respeto a la norma o la valentía/heroísmo, vienen a respaldar la forma en que el carácter se ha construido. 

El individuo puede así unir sus tres sistemas de sensación corporal y emocional con su juicio intelectual y validar sus acciones o enjuiciarlas.

Y es precisamente desde el juicio, desde el sistema intelectual, por donde el miedo se va transformar por una parte en duda y por otra en culpa.

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