El orgullo como error

Miguel Albiñana

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05-05-2021

Las palabras tratan de describir mentalmente cosas, sensaciones, sentimientos, experiencias en general. Son representaciones, sonoras o no, que nos ayudan a comunicarnos con nosotros mismos, pero también con nuestra memoria, para una optimización de la vida individual y colectiva.

Mas, como toda descripción simbólica, implica y relaciona al que la realiza y al que la recibe. 

Por ejemplo, al describir qué entendemos por orgullo cada persona tiene ya una visión de lo que lo es, o de lo que se imagina que es, por medio del aprendizaje y de la figura ya establecida en la mente, unida a unas sensaciones (emocionales, corporales) que han quedado gravadas en la memoria. 

Cada persona al pronunciar la palabra orgullo, de forma automática la asocia a una experiencia pasada, a un significado ya aprendido.

Orgullo quiere expresar, de forma general, una sensación que acompaña a una persona que tiene un punto de vista de sí mismo, un concepto, más allá de sus cualidades reales u objetivas. Esta imparcialidad a su vez, la aporta la visión de los otros, quienes evalúan esa cualidad mediante parámetros subjetivos y aprendidos.

De esta manera, una persona se manifiesta como altiva o arrogante en función de la percepción del otro, de acuerdo con medidas previamente asimiladas.

El orgullo, como todas las cualidades o defectos de la emoción, se origina y va sedimentando desde temprano en la evolución personal, y en función del entorno familiar, cultural y social.

A veces, he escuchado que existen dos tipos diferentes de orgullo: positivo y negativo. Mi forma de entenderlo es diferente. Creo que se trata de una palabra que adopta dos significados. Pero que, en realidad, podría describirse con dos vocablos diferentes.

Se habla de orgullo positivo cuando la persona está “legítimamente satisfecha de sí misma, de sus cualidades y acciones”. Desde una dimensión axiológica, y para quienes se interesan en el Perfil de valores de Hartman (PVH), son quienes poseen una dimensión intrínseca desbloqueada y objetiva. Por tanto, su ser, su esencia más profunda, está nutrida y conoce y actúa en función de su ser intrínseco verdadero.

 Veamos esta definición:

(El orgullo es una) … “estima apropiada de sí mismo, que proviene de la ambición moral de vivir en consecuencia plena con valores personales racionales” (Eyn Rand)

En esta cita, la filósofa reúne en una persona con orgullo adecuado la concurrencia de los valores “racionales”, es decir establecidos por un orden moral interno (sistémico) con la percepción de sí mismo (orden intrínseco), que califica de “apropiada”. Es propia, de uno mismo, y está conectada con lo esencial de uno mismo. El valor interno sistémico, definido como ambición moral, alude a la implicación del individuo por expresarse en su vida (en sus pensamientos, emociones y acciones) de una forma acorde con ellos. Ser consecuente con sus valores internos.

El orgullo, enfocado de esta manera, fue uno de los valores principales del mundo clásico, en especial en la antigua Grecia. El héroe heleno tiene una percepción “orgullosa” (que no vanidosa) de sí mismo y es motivo de gloria.

En esta misma línea, el filósofo Nietzsche considera al orgullo como sinónimo de soberbia digna. Si vemos un árbol magnífico, o una obra de arte que nos fascina, a veces podemos exclamar ¡es soberbio! Para el alemán, una persona soberbia no tiene que dignificarse ni curarse con humildad, pues lo importante es vivir con los propios valores y cualidades y no empequeñecerlas. Vivir con valentía y superación personal es motivo de orgullo y un recordatorio de que debemos vivir con honestidad personal absoluta.

Como este tipo de orgullo es una cualidad, y no una pasión o defecto, por el momento propongo llamarlo autoestima. Es decir, estima propia (que no depende del juicio de los demás) por lo más esencial de uno mismo, y no por lo que podemos calificar de aspectos “egóicos” o sobredimensionados. También porque no depende ni busca el juicio ni la aprobación de los demás.

En francés, se dice de las personas orgullosas, en sentido negativo, que tienen “l’orgueil mal placé”, el orgullo situado en el lugar equivocado.

Veamos ahora el orgullo entendido como una pasión, una fuerza que arrastra a la persona a expresiones de sí mismo más allá, o incluso fuera, de la realidad. Un pecado, o error de visión, que tiene consecuencias internas y externas y que desencaja y perturba el contacto verdadero consigo mismo y con los demás.

El diccionario consultado encuentra en el vocablo orgullo algo similar a la altivez, a la soberbia o pundonor, e incluso a la vanidad. La persona orgullosa siente arrogancia y se sitúa por encima de los otros, hasta el punto de despreciar, por una parte, al que no está a la altura de sus expectativas y, por otra, a quien no coloca a su persona en la altura imaginada e imaginaria.

En otro de los diccionarios de la red, he topado con estas descripciones como manifestaciones del orgullo: “Las manifestaciones típicas del orgullo son la rebeldía, el autoritarismo, la envidia, la crítica, el malhumor, el enfado, la arrogancia, etc.” Y he observado que la mayoría de las personas que se consideran incluidas dentro de lo que se estima orgullo están de acuerdo con que estas expresiones son frecuentes en ellas y, en todo caso, más habituales que en las que no se consideran orgullosas.

A veces, el orgullo conlleva manifestaciones que se pueden confundir con la ira:

” Popularmente, se llama también soberbia a la rabia o al enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad. Y es considerado por la teología católica uno de los siete pecados capitales”.

(la cita es de Rosa Itzel Casillas)

Se describe aquí a una persona que se deja arrastrar fácilmente por sus emociones de enfado. Se trata de un pecado capital, o error grave, es decir que lleva a un máximo distanciamiento de Dios. 

Por su parte y ya en el siglo XIV, en su Divina Comedia, Dante coloca a Satanás en el centro del infierno por su terrible pecado de querer ser como Dios. Atribuirse cualidades que no le pertenecen y que merecen, para Dante y su época, el más severo castigo. Esta sería la máxima expresión del orgullo.

La distinción entre ira, orgullo y vanidad es sutil en ocasiones.  

En el Eneagrama del carácter se tratan como tres pasiones diferentes: la persona orgullosa se va a caracterizar por un encanto y una capacidad de seducción personal que no se da en los iracundos, que son poco a nada seductores. En tanto que se va a diferenciar de la vanidad en que su capacidad para perder los estribos emocionales es mucho mayor que la vanidosa. El vano, o vanidoso, busca mantener una imagen falsa con la que se identifica; cuida más las formas y teme perder la compostura. El y la orgulloso/a se considera principalmente libre de expresarse y hace de la libertad emocional su bandera personal. 

Llevado al terreno del exceso o límite emocional (que clínicamente se engloba en lo que se conoce como trastorno) el orgullo así entendido está en el territorio de:

 “Existe además el narcisismo patológico, diagnóstico de uso habitual en psiquiatría y de connotaciones negativas. Este designa un rasgo de la personalidad, caracterizado por una baja autoestima acompañada de una exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración por los demás” (Dicciomed).

En esta descripción, se enuncia que, bajo la sobre-valoración de la importancia personal, subyace y se esconde una baja autoestima, es decir un concepto pobre de sí mismo que es encubierto con sobre-importancia. De esta manera, esta descripción coincide también con la hipótesis del Eneagrama del carácter que afirma que el orgullo tiene un trasfondo de envidia, de carencia. Esta falta se recubre, desde la infancia, con la búsqueda ansiosa de importancia personal, en sus numerosas modalidades, así como de una autosuficiencia falsa. Visto desde otro punto de vista, la carencia amorosa verdadera queda recubierta de una pseudo-abundancia. “Para no descubrir lo que me falta, te seduzco o te ofrezco eso mismo de lo que carezco”.

Encuentro sumamente importante entre personas orgullosas la descripción que suelen hacer del concepto “humillación”. El diccionario lo califica de:

“Ofensa que alguien o algo causa en el orgullo o el honor de una persona”:"sufría reviviendo el recuerdo de las humillaciones y los agravios que tuvo que soportar".

El sentido de la ofensa está vivo en el orgulloso. Sin embargo, su localización es complicada. Está tan profundamente recubierta de sobre importancia, y también de ira, que reconocerlo es un asunto complejo y sumamente doloroso. Así como el envidioso hace bandera de su sufrimiento, el orgulloso, recordando o reviviendo la humillación, entra generalmente en cólera, de forma activa reaccionando y, de manera pasiva, retirándose con grandes ampulosidades y emociones escondidas.

Almaas, exdiscípulo de Naranjo, pone énfasis en la humillación como puerta de entrada a la salida espiritual del eneatipo orgulloso. Estima que solamente tocando profundamente esta sensación se puede encontrar el verdadero ser o esencia personal.

Así pues, podemos aplicar a esta explicación del orgullo el dicho de: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Tocar la carencia, la necesidad, será una salida, difícil, para el orgulloso y la orgullosa.

“Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande”. 

(Voltaire)

En la siempre interesante Wikipedia, he encontrado estas manifestaciones del orgullo, que he contrastado con personas que se identifican con esta pasión y que estiman que han acertado bastante en su núcleo caracterológico:

1.   Rebeldía ante la autoridad establecida,

2.   Autoritarismo al mandar.

3.   Envidia de los valores de otros.

4.   Crítica de los envidiados.

5.   Creer siempre tener la razón y achacar sus propios errores a otras causas externas (Tirar la pelota fuera).

Y, seguramente también, atribuirse y exhibir los éxitos como trofeos y culpar a los demás de sus propios fracasos. Porque esto es una señal del carácter infantil, al que gran parte de los y las orgullosas pertenecen.

La jovialidad, la alegría aparente, la facilidad para seducir, la inocencia como compostura inconsciente, la niña o el niño eterno, son formas de no asumir la responsabilidad del adulto. Y también son formas de mantener la permanente seducción y facilidad para emocionarse. La emocionalidad pasa a ser la más importante de las manifestaciones y el estandarte de la persona “sincera”. 

Esto hace de este carácter personas atrayentes o atractivas, por la sensación que ofrecen en apariencia de sincera emocionalidad y afectuosidad a primera vista.

Al igual que una carta del Tarot, el carácter puede ser visto de dos maneras, dependiendo si está boca arriba o boca abajo. Lo mismo puede dar connotaciones positivas y/o negativas. Toda una serie de factores pugnan por abrirse dependiendo de las circunstancias y del contacto que se produzca.

Y es esa emocionalidad, con frecuencia tan exagerada cuando traspasa la sensibilidad normal, la que es un factor que habitualmente se tiene por “histérico” Se entiende aquí la palabra como exageración o desviación emocional, aunque también herramienta de evitación de la verdadera afectividad. 

Mi intención ha sido reflexionar acerca del orgullo como pasión que domina a determinados caracteres. En ningún caso denigrar a uno en función de sus defectos o pecados. Ciertamente, estar demasiado satisfecho de sí mismo dificulta el progreso espiritual. Si es más o menos que quien se tiene por poca cosa, esa es una cuestión que dejo a los expertos o más sabios o simplemente a la reflexión individual. 

En los 80s, cuando conocí a Claudio Naranjo, algunos alumnos teníamos la impresión de que el orgullo le parecía una pasión más difícil de tratar que las otras del Eneagrama. Fue una elucubración el pensar que hubiera caído en las redes amorosas de una persona orgullosa y seductora y que eso le tenia “en contra” de ese especial carácter. Y no hay nada inhumano en ello. Hemos visto cómo Dante se hace eco de esta pasión cristiana condenándola más que ninguna, sin que por ello tengamos que aceptar esa categorización.

Por mi parte, estimo absurdo condenar a una pasión más que a otra, pues todas tienen grados de locura, con independencia de la que sea.

Corresponde a cada persona mirarse. Y eso implica verse en los ojos de los demás, que son quienes nos pueden dar alguna retroalimentación de cómo nos percibimos.

El camino espiritual está lleno de trampas, de dificultades, de asperezas. Especialmente al principio, es necesario cuidar la atención para no perderse.

Un buen maestro es necesario. Pero es imprescindible saber auto-cuidarse, sin rencor ni autocompasión. 

Ni rebajarse ni ensalzarse más de la cuenta. 

Tal es el trabajo de la persona orgullosa.

“A través del orgullo, nos engañamos a nosotros mismos. Pero en el fondo, bajo la superficie de la conciencia, una voz suave y apagada nos dice: algo no está bien”

C. Jung

                            Miguel Albiñana

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