Leticia Gómez-Delgado Gutiérrez del Solar
Psicóloga Col. Madrid 27167. Terapeuta Gestalt individual infantojuvenil, adultos y parejas. Axiómetra. Especializada en orientación psico-afectiva con niños, adolescentes y familias, y en intervención en Dificultades Específicas de Aprendizaje (DEA). Experto en Psicología Perinatal.
El mundo emocional es algo complejo de entender tanto para los adultos como para los y las niñas, y es tan íntimo y privado que a veces se nos dificulta compartirlo con otros por vergüenza y miedo a ser juzgados o rechazados.
Para ellos, la expresión se obstaculiza todavía más ya que cuando pequeños, la función del lenguaje verbal no está desarrollada y la emoción lo llena todo en su vivencia. A veces no comprenden a qué se deben sus sentimientos y temen no ser comprendidos.
El periodo más importante es el de la primera infancia –desde que nacemos hasta los 6 o 7 años aproximadamente-. Nuestra herencia biológica y el ambiente en que nos desarrollamos determina en gran medida quiénes somos y seremos. Así, vamos conformando nuestro carácter y nuestra arquitectura psicológica en base a aquellas experiencias emocionales vividas.
En estos periodos sensibles, el niño y la niña tienen una mente absorbente como si fuesen una esponja con todo lo que les rodea. De ahí la importancia del modelo que les ofrecemos. Es crucial no dedicarnos sólo a cubrir sus necesidades básicas de alimentación, seguridad y protección –que también-, sino además cuidar el vínculo afectivo de proximidad que todos ellos necesitan para desarrollar una estima de confianza, respeto y valor propio.
Entender cómo funciona su cerebro, nos permite ser más conscientes de qué les enseñamos, cómo les respondemos y ponernos al servicio de su crecimiento. Pues bien, nuestra estructura cerebral está formada por dos hemisferios cuyas funciones especializadas están claramente diferenciadas. En líneas generales, mientras que el hemisferio derecho es intuitivo y emocional, el hemisferio izquierdo es lingüístico y reflexivo, dominante en cuanto a las funciones lógicas.
El primero de ellos,-el emocional- predomina en la infancia sobretodo hasta los tres años de edad, etapa donde todavía no dominan la lógica ni la expresión verbal. Dentro de él, la amígdala que forma parte del sistema límbico, contribuye a la tarea de diferenciar las emociones agradables de las emociones desagradables, interviene en los procesos de alerta y respuesta (huida-lucha-parálisis) y además, es responsable de que los niños y niñas pierdan los estribos, de su imposibilidad para empatizar, y su dificultad para entenderse a sí mismos.
Los niños necesitan por tanto que nosotros seamos quienes favorezcamos que su cerebro funcione como un todo unificado, permitiendo que sea un trabajo en equipo y enseñarles a valorar tanto su lógica como sus emociones. ¿Cómo es la puesta en práctica? Es primordial que sintonicemos con ellos. Que aprendamos a escucharles más allá de sus palabras. Entender desde qué zona de su cerebro se están moviendo. Comprender sus emociones y sus mecanismos de defensa. Lograr que se sientan protegidos, unidos a otro, reconocidos, apreciados, y también contenidos.
Saber si están en un estado reactivo o receptivo nos sirve para saber dónde están situados emocionalmente y ver donde estamos situándonos también nosotros emocionalmente frente a ellos, y así poder adecuar nuestra respuesta a su necesidad:
Necesitamos tomar la distancia suficiente para verles y facilitarles su expresión emocional -a veces tan difícil para ellos-. Comprender antes que si en ocasiones a mí se me hace difícil volver a mi centro y equilibrio entre lo emocional y racional, ellos necesitan inevitablemente de compañía en ese recorrido para de adultos poder transitarlo solos. En definitiva, el objetivo es ayudarles a construir un puente que les evite tanto el torrente como el desierto emocional, favoreciendo un motor único engrasado.