Miguel Albiñana
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Entre las emociones que podemos distinguir con palabras se encuentra la ira. Es emoción en cuanto que lleva consigo un tono que provoca unos cambios corporales y altera el equilibrio habitual del organismo.
Por lo general, la ira viene asociada a la irritabilidad, es decir a un estado a-normal que viene inducido por el contacto con una experiencia externa de consecuencias interna
Etimológicamente ira, o cólera, enojo, proviene de la raíz griega “eis”, que tiene que ver con movimiento rápido o apasionado. Eis devino en eros y hieros que, a su vez, nos lleva a la palabra jerarca (podría bien ser el que detenta el ies, la ira, el poder de cons y des-trucción) en tanto que algo sagrado, pero también misterioso (jeroglífico).
Me detengo en el origen de la palabra pues, aunque pareciera que hoy en día la ira refleja una experiencia y un concepto diferente, el componente religioso, que habla de la “ira de Dios”, conlleva ese sentimiento respetable de enfado incluso violento. Un arrebato consecuente con un asunto externo, que trae consecuencias y reacciones inevitables y hasta cierto punto justificables.
En aras de defender el bien, el orden, la justicia, el equilibrio entre las fuerzas, Dios, sus representantes, sus sucesores en el orden familiar, social, internacional, desatan la ira, la guerra, la represión, para llevar a cabo acciones que reparen y devuelvan a la humanidad al orden y al equilibrio. Shiva, la divinidad hindú, representa esa fuerza frente al creador Brahma y al preservador Visnú.
La cuestión está en que, fuera de los escritos que se atribuyen a Dios, ¿Quién es su representante autorizado para desatar los mecanismos de su ira? ¿Quién se atribuye ser el representante del bien, de la moral, del orden, de la justicia? Porque mientras estas acciones se atribuyan y ejecuten por y a través de la Naturaleza, el humano no tiene sino tratar de encontrarle una explicación -que se suele proseguir de una expiación (véanse los ritos de los que habla J. Campbell).
Este asunto viene a colación de la ira como emoción ante una situación injusta, inmoral o cuestionable, que debe ser reprimida por quien se considera brazo derecho de dios o su legítimo representante, como quiera que entendamos ese término. Y ese o esos representantes son seres humanos que tienen a su vez intereses y motivaciones humanas.
Recordamos esa frase, que tantos niños y niñas escuchamos de nuestros padres, diciendo antes de imponernos” una punición: “¡lo hago por tu bien! A mi me duele más que a ti”, (y nos caía un castigo físico, o de otro tipo que había que aceptar como expiación).
El asunto de la ira del dios, o de Dios, o de la diosa, o de la Divinidad, o de la Naturaleza antropomórfica (ella se “venga” de los hombres porque “le hacemos daño o no seguimos la norma predicada”) es un asunto muy interesante, a la par que delicado. Con la ira de dios se pretende justificar el castigo de quien no se comporta de acuerdo con la ley y el orden establecidos.
Desde que tenemos historia los seres humanos, algunos de ellos se han mostrado como representantes de las fuerzas sobrenaturales.
Estos apoderados han unido a su poder de jefes de la polis, lideres del clan o del pueblo, un poder religioso o cuasi divino. Ello ha causado, con frecuencia, tremendos desastres, guerras cruentas y muertes. También ha justificado la demonización de personas y pueblos en favor de otros. Es sabido que, de una manera o de otra, los vencedores han hecho todo por colocarse como representantes del orden divino, comoquiera que se le conciba. A veces se le concibe como sobrenatural y otras simplemente como un orden más justo que los demás. La propaganda del poderoso incita a seguir sus indicaciones y a justificar sus actos.
Además de ser la ira una emoción que conlleva resentimiento e irritabilidad, que provoca una serie de cambios químicos en el organismo, es también un mecanismo de salvaguardia ante situaciones de amenaza. Coacción tanto en el orden individual como social. Por tanto, evolutivamente, podemos partir de que la ira es un instrumento – en principio útil-al servicio del individuo y del grupo, un comportamiento diseñado para advertir a agresores para que detengan su proceder amenazante y evitar males mayores.
De ahí, se ha ampliado a constituir un mecanismo que, políticamente, psicológicamente, se ha transformado en una herramienta de poder y de legitimación de la agresión.
La ira entendida como enojo violento, exento de piedad o compasión, y alejado del bien al otro, ha sido condenada por las corrientes espirituales y religiosas,
“La ira no es una característica dominante de la personalidad de Jehová. Cuando se enoja, siempre es por una razón justificada y controla perfectamente su ira “
(Éxodo 34:6; Isaías 48:9).
“… Guárdate de ira, porque es un carbón vivo en el corazón de los descendientes de Adán.” (Mahoma, el Profeta)
“Los objetos de ira se perciben como obstáculo para la satisfacción de los deseos de la persona enojada.” (escrituras hindúes)
“La ira y la ignorancia nos traen la confusión y la miseria más que la paz, la felicidad, y el éxito. Es en nuestro propio interés purificarlas y transformarlas” (Gautama, el Buda)
En el cristianismo, la Ira es percibida como uno de los siete pecados capitales, las siete fuentes fundamentales de desviación emocional y causas de entrada en el infierno, una situación anímica que nos aleja permanentemente de la visión de Dios y que conlleva la desgracia eterna.
Aunque las escrituras de las distintas religiones difieren en la forma, toda ellas condenan la ira entendida como un “·dejarse llevar” `por la cólera, sin atender a sus consecuencias. Los panteones de dioses más patriarcales entienden y justifican y comprenden la ira divina como forma de castigar la insolencia y el orgullo humanos. Siendo cosa de dios padre, no se critica a Yahvé, ni a Shiva, ni a Zeus porque hasta cierto punto lo hacen “por el bien de sus hijos” los humanos tercos. Pero es casi siempre que los dioses delegan en sus sacerdotes la ejecución de su ira. Y esos interpretes de los dioses nos han causado terribles males. Eso sin contar con que la idea del dios es diferente según las culturas y sociedades y se antagonizan para justificar guerras “en el nombre de dios”.
Puede ser que el budismo sea el que más se deja llevar por la compasión, si lo separamos de los infiernos en que a veces aloja al que se aleja del dharma. La compasión y la ausencia de dioses -al menos en ramas del budismo- lo hace más misericordioso, aunque es evidente que es una cuestión de óptica.
Volviendo al cristianismo:
“Hay quienes se llenan de ira por los vicios ajenos y se colman de cierto celo impaciente, señalando a otros con el dedo y a veces le dan arrebatos de corregirles con enojo y lo hacen como si fueran ellos los amos de la virtud. Todo esto va contra la mansedumbre espiritual. Otros, cuando se ven imperfectos se molestan contra sí mismos con impaciencia y soberbia. Su impaciencia los lleva a querer ser santos en un día”.
San Juan de la Cruz, en su libro “la noche oscura”
C. Naranjo usa este texto para ilustrar la ira como pasión vista desde la sabiduría del Eneagrama. Personalmente, la encontré también en una página de cristianismo católico, para referirse de igual forma a los males que puede causar el pecado capital de la ira.
De esta manera, podemos entender la ira en su sentido más usual, que viene siendo la emoción que arrebata y que lleva a la persona a expresar y a descargar su rabia, su furia, contra la situación que se torna agresiva para ella. Ello conlleva las consiguientes consecuencias en el organismo de descarga de adrenalina, cambios en la respiración y en el ritmo cardiaco etc. Se dice pues que una persona es iracunda en el sentido de que se deja llevar por el arrebato, por la cólera, por la rabia y la descarga sin meditar en las consecuencias.
La furia - y lo que conlleva- no es el sentido que se le quiere dar desde el punto de vista de los 9 errores o pasiones en el Eneagrama. La descarga de la cólera es común a muchos eneatipos, aunque los haya más reprimidos y represores que otros.
Es en el sentido del místico Juan de la Cruz en el que entendemos el otro significado de la ira. Se trata entonces de una pasión que lleva a corregir las imperfecciones propias y ajenas con “impaciencia”, con irritabilidad y sobre todo dejando de lado la compasión o la caridad. Puesto que los cristianos oponen al pecado de la ira la virtud de la paciencia, podemos entenderlo también como falta de paciencia, de dar a las cosas su tiempo y su expresión y no arrogarse el papel de ejecutores de las ordenes de la divinidad.
Y podemos observar en las personas iracundas esa falta de paz interior, que los lleva a buscar la guerra santa hacia todo aquello que se desvía de lo que piensan que es la verdad, el orden, la justicia, la moral etc.
Esto aporta al iracundo una irritabilidad permanente, que a veces les hace decir, como al padre de una amiga, “ya me gustaría a mi no tener siempre la razón”. Por que les resulta impensable e inimaginable no tenerla.
En el terreno de la psicología contemporánea, he encontrado interesante la discusión, todavía no cerrada, de si la ira tiene un origen en la evolución del individuo que está en una fase de desarrollo cognitivo o no. Si lo está, podríamos dar con soluciones cognitivas y conductuales a esa desazón del iracundo/a. Si no lo está, y es pre-cognitivo, posiblemente habría que acudir a métodos más empáticos que permitieran a la persona recuperar su valor y, en frase de Carl Rogers, su capacidad organísmica.
He pretendido hablar de la ira como emoción, pero también como pasión que nos arrastra. Así mismo, observar que la ira no es siempre una expresión manifestada de la cólera, sino, más bien, una emoción reprimida, o contenida, o desviada, hacia la represión propia o ajena.
Es en este último sentido en el que hablamos del carácter iracundo, especialmente en la caracterología eneagrámica.
Y hoy la leyenda del te que estoy tomando dice textualmente: “Patience pays” (la paciencia rinde). Corregir, castigar, reprimir no tiene porqué ser la solución al error, propio y ajeno.
En momentos como los que estamos viviendo de confinamiento, no me cabe la menos duda.
“La comprensión es el factor liberador. Es lo que nos libera y permite que se produzca la transformación. En esto consiste la práctica de cuidar de la ira.”
THICH NHAT HANH